Las agencias van a tener que abandonar las ciudades por prescripción médica. Se acabó la imagen urbanita del publicista clásico. Adiós a la centralización del sector en Madrid y Barcelona. Bye bye, NYC. Según un estudio publicado por Jonah Lehrer en The Boston Globe, la ciudad hace daño a nuestro cerebro. ¡Toma ya! Básicamente, cuenta que nuestra cabecita es limitada y que en la gran urbe le damos un tute que no hay quien lo aguante. Y luego, nos da la puntilla con una noticia “esperanzadora”: la mayoría de la población mundial reside en ciudades.
Pérdida de memoria y pérdida del autocontrol son dos de los efectos secundarios de vivir y trabajar en una gran ciudad. Así que, si los publicistas se supone que vendemos ideas y necesitamos usar mucho la cabeza (que se rían los ingenieros de puentes y caminos) será mejor que nos vayamos planteando montar la agencia en algún pueblecito perdido en los Alpes, con Heidi de recepcionista, Pedro de mensajero y el Abuelito de director general. Ahora entiendo por qué la Srta. Rottenmeier estaba siempre tan alterada, no veas el bullicio que debía haber en Fráncfort...
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6 comentarios:
Eso le encantará a las agencias. Un poco de senderismo boñiguil y tendrás a tus clientes rendidos ante tus grandes creaciones. Literalmente rendidos.
Lo que no sé es como andaremos de cobertura en los móviles y tal. Quizá deberíamos poner más antenas. Y alargar las líneas del metro. Por supuesto todas las carreteras de montaña de tres carriles. Y, cómo no, puticlubs para los clientes tradicionales.
¿Quién dijo desempleo?
¿Pero los publicistas no vivís en un lugar sin localización física, vamos en un estado (si se me permite) cuántico?
Vaya ... yo que me pensaba que vosotros eráis seres localizados en el mundo de las ideas con un lápiz (con la punta siempre afilada), un taco de folios en blanco, una canasta de baloncesto (de juguete) frente a vuestras cabezas y un montón de papeles arrugados bajo la cesta ...
Bueno ... nada ... os imaginaré ahora con vuestras gafas de pasta (de mucha pasta), con un lápiz y un montón de papeles arrugados comidos por Blanquita (la cabra de Heidi) ...
No te digo que no nos encantaría vivier en un estado cuántico, pero como no entendemos muy bien eso del conejo y la madriguera y además, cuántico no es una palabra inglesa, pues como que no. Somos mucho más simples que todo eso, aunque nos empeñemos en ponernos una aureola de no sé qué y gafas de pasta (a pesar de la crisis, de mucha pasta). De todos modos, no te preocupes, como dice tu compañero de comentario, por muy pequeño que sea el pueblo donde vayamos, no tardaremos en metropolizarlo, que un pueblo sin autopista de tres carriles que lo cruce, no es pueblo ni ná.
Ponernos aureolas parece ser algo innato al ser humano, es nuestro escudo para dejar clarito que lo nuestro no lo hace cualquiera, supongo ...
Y yo que creía que las aureolas eran cosa de ángeles...
Ángeles sí, pero con gafas de pasta.
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